Eusebi es un traspaso (1923-2014)

(texto escrito en 2003 durante la producción del documental "Un tal Eusebi")

Conocí a Eusebi siendo vecinos en Gracia, Barcelona, cuando él llamaba al timbre de mi casa para que le abriera y él pudiera recoger su correo. Eusebi vivía en un bajo justo al lado de mi portal y yo vivía en el primero. Desde mi balcón se oían las notas de un piano que venían desde el patio interior de su casa. Luego supe que su hijo daba clases de piano. Nunca tuve la certeza de si lo que oía era parte de las clases o era el propio Eusebi quien tocaba. La música es una de sus pasiones. Así que Eusebi entró en mi vida por la puerta de mi casa en busca de su correo, y por el balcón, a través de las notas de un piano. 

Desde el principio sentí curiosidad por conocer a aquel bohemio de 80 años, de acercarme a él, de ser su amigo, de aprender con él. Intuía muchas cosas en él, se veían muchas cosas en sus ojos... sentía ante él algo parecido a la admiración y el respeto que en otras culturas se ha tenido o se tiene a los más viejos de la tribu, a los sabios, a los brujos... se veían muchas cosas en los ojos que dibujaba en sus retratos. Veía sus pinturas como pequeños satélites de colores que revoloteaban alrededor de su singular planeta.

Y me ha dejado entrar en su planeta, un planeta llamado traspaso, un planeta donde sus habitantes no temen a la muerte, donde la muerte no es muerte sino traspaso y transformación,  donde los rostros son paisajes y donde los paisajes son otros rostros.

Un planeta donde sus pinturas son libres y felices y recorren el mundo transmitiendo la energía de Eusebi; un hombre enamorado que en el lugar de ojos lleva dos corazones, un rey raro, un rostro incrustado en las rocas, una frase de la iglesia en mitad del mar, una cosa rara, una estrella, una luna después del verano, dos copas de champán, un mongol, flowers, un ocell raro, los Hermanos Marx, un minero, un capricho, Bette Davis, un autorretrato, un payaso, una luz de oficina, la almeja de la esperanza, un tiempo que no para, ojos y labios, Charlot, un desayuno, dos hermanas, un loco, la mujer en la ventana, Madam Debusi, una ficha de dominó, Euskadi, una máscara, un ciervo, un canto a la primavera, abstracto...

Un planeta donde Eusebi es libre y feliz, como un Don Quijote sin Sancho Panza que blande un pincel en lugar de una lanza, un Barón Rampante que en lugar de vivir subido a los árboles como el deslumbrante personaje de Italo Calvino, vive elevado en su imaginación, un excontable que ya jubilado, se detiene un día a calcular el número exacto de días que lleva vividos (eran 24.910 días el 4 de julio de 1991), un artista autodidacta al que el arte le ha salvado del suicidio en el delicado corte vital de la jubilación, un artista que no entiende de modas y por lo tanto sin fecha de caducidad, un pintor, el Sinatra de Gracia, un poeta que a algunos recuerda a los poetas callejeros de Teherán, que se ha hecho a sí mismo y que cada día empieza otra vez de cero a trazar el mapa de sus cotidianos paseos por las calles, terrazas y bares de Gracia donde sus pinturas decoran bares y paredes de muchos de sus admiradores y admiradoras, con una producción de unos 10-20 cuadros al día desde hace ya 10 años con los que va cerrando el círculo de su vida, todo un señor de 80 años que aún se emociona ante el espectáculo de una luna llena con la misma intensidad con la que un niño disfruta con los cuentos de la luna llena, un bohemio que colecciona sellos con la misma pasión con la que colecciona los preciados besos de sus más jóvenes Lolitas compradoras admiradoras... un crucigrama irresoluble, un tranvía que se resiste a desaparecer, la respuesta a aquella sugerente adivinanza de Machado que decía: “Entre el vivir y el soñar hay una tercera cosa, adivínala”.

Eusebi es un traspaso...

Iban del Campo 

Noviembre de 2003



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